jueves, 5 de noviembre de 2009

Obras y Autores


La literatura latina se inicia con Livio Andrónico, que llegó a Roma siendo un esclavo de habla griega. Tradujo en verso el poema épico de Homero, la Odisea, al latín, y escribió las primeras piezas dramáticas en esta lengua, así como traducciones de obras griegas. El primer escritor romano nativo fue Gneo Nevio (270-201? a.C.), que siguió el ejemplo de Livio Andrónico. Sus comedias tuvieron mucho éxito y también compuso el Bellum Poenicum, un poema épico sobre la primera guerra púnica entre Roma y su rival Cartago. Sin embargo, el primer escritor romano verdaderamente importante fue Ennio Quinto, famoso por sus Annales, un poema enérgico y vigoroso que cuenta la historia de Roma y sus conquistas en versos hexámetros adaptados con éxito del griego al latín. El esfuerzo pionero de Ennio sirvió como modelo para la épica romana y fue muy imitado por poetas posteriores que refinaron las asperezas de su estilo.
Sólo se conservan fragmentos diseminados de estos primeros escritores, pero disponemos de 21 obras de teatro del primer genio verdadero de la literatura romana, Plauto. La comedia fue la aportación romana más firme para el desarrollo del drama; las obras vivas y ágiles de Plauto sirvieron de modelo a la comedia europea posterior y han sido representadas e imitadas hasta hoy. Su mundo de amos ignorantes, esclavos astutos, doncellas inocentes y jóvenes sin esperanza que se enamoran absurdamente fue heredado por el segundo genio romano cómico, Terencio. Sus obras son más tranquilas y graciosas que las de su predecesor, menos divertidas, pero quizá más conmovedoras.
Catón el Viejo, político conservador y enemigo implacable de Cartago, fue el primer maestro de la prosa romana. Orador hábil, proporcionó los primeros modelos a la retórica romana. Su tratado sobre agricultura, De agri cultura, aún se conserva. El gran maestro de la sátira, un género supuestamente inventado por Ennio, fue Cayo Lucilio, a la que aportó como modelo palabras mordaces que ridiculizan despiadadamente un amplio conjunto de locuras humanas, tanto en el terreno privado como en el público. Sólo se conservan fragmentos de su obra.

El precursor de la era más grande de la poesía romana fue Lucrecio, cuyo poema didáctico De rerum natura argumenta en versos elocuentes que los dioses no intervienen en asuntos humanos. Su finalidad era liberar a la gente de la superstición y del miedo a la muerte. Catulo, el primer gran poeta lírico en latín, se inspiró en modelos griegos. Sus poemas largos son complejos y eruditos, pero le caracterizan en mayor medida los poemas líricos más cortos, algunos de los cuales son puras declaraciones de amor a una mujer llamada Lesbia o están dedicados a su hermano muerto, y otros en los que saca a relucir su inventiva de ingenio mordaz e hiriente contra sus enemigos políticos. Su palabra rigurosa e intensa ha sido una fuerza impulsora en la historia de la lírica europea desde el redescubrimiento de su obra a comienzos del renacimiento.
Reconocido como el más grande de los poetas latinos, tanto en vida como en tiempos posteriores, Virgilio escribió al principio de su carrera las Églogas, diez poemas pastorales elegantes y vivos que se convirtieron en modelos perpetuos en su género. A estas siguieron las Geórgicas, poemas llenos de gracia sobre la vida de los agricultores. Sin embargo, la obra maestra de Virgilio es la Eneida, un poema épico que narra cómo el héroe troyano Eneas viajó a Italia para encontrar el asentamiento donde se fundaría Roma. Este complejo poema, inspirado en la obra de Homero, es un prodigio de armonía, donde contrasta el deseo de paz con la veneración tradicional de la virtud militar. Cada época ha encontrado en la Eneida respuesta a problemas y actitudes vitales.
La tradición lírica continuó con una galaxia de poetas que aún se leen en la actualidad. El amigo de Virgilio, Horacio, se convirtió en el maestro de la oda adaptando hábilmente los metros griegos al latín con el concurso de su propia voz llena de gracia. De su mejor poesía se desprende también un humor chistoso. La tradición de la elegía de amor, que empezó Catulo, fue continuada de una manera dulce y melancólica por Alibio Tibulo (c. 48-19 a.C.). El último de los tres libros que se le atribuyen incluye poemas de amor directos y conmovedores que, sin embargo, son poemas escritos por su contemporánea Sulpicia, los únicos poemas que se conservan de una mujer romana.
Más dinámicas y complejas son las elegías de amor escritas por Sexto Propercio, registros turbulentos e impacientes de sus difíciles amoríos con Cintia. La tradición elegíaca concluyó con la obra de Ovidio, que se ocupó del género de una manera festiva. Prolífico poeta, es más conocido por su Ars amatoria, un manual de amor irónico, y por su obra más importante, la Metamorfosis, un largo y poco urdido poema que vuelve a abordar los mitos antiguos.
La edad de oro de la poesía romana se correspondió con la de la prosa. El autor más destacado, Cicerón, fue un político y orador cuya retórica intensa y sonora se convirtió en un modelo para la oratoria europea posterior. Los discursos más conocidos de Cicerón son los que profirió contra el conspirador político Catilina, pero otros muchos son igual de oportunos y certeros, dado el uso consumado que realiza con los ritmos y cadencias de la lengua latina, orquestados para alcanzar efectos persuasivos y decisivos. Cicerón destacó también con obras en prosa de un estilo más relajado, tratados sobre obras de retórica y de filosofía tales como los famosos fragmentos sobre la amistad y los tiempos pasados. También se conserva gran parte de su reveladora y extensa correspondencia.
Igualmente famoso como escritor de prosa fue el contemporáneo de Cicerón, Julio César. Sus comentarios claros y enérgicos sobre La guerra civil y Las guerras en Galia (De bello gallico y De bello civili) también se convirtieron en importantes modelos en su género. El principal historiador romano fue Tito Livio, que escribió la larga historia de Roma Ab urbe condita, también conocida como Décadas, de la que sólo se conserva cerca de una cuarta parte que continúa siendo una fuente básica de este periodo.

A la edad de oro siguió lo que a menudo se conoce como la edad de plata de la literatura latina, en el siglo I d.C.; aunque sobrepasada por el brillo del siglo anterior, durante este periodo se produjo un valioso conjunto de obras importantes. La Eneida de Virgilio pareció consumar tanto la perfección del género épico que los poetas posteriores tuvieron más dificultades que ayudas por su ejemplo. Sin embargo, Lucano, cuya epopeya Farsalia narra incidentes de la guerra civil romana con un estilo animado, y Publio Papinio Estacio, un escritor muy admirado en la edad media, supieron abordar con efectividad la tradición épica. La Tebaida (91?), obra principal de Estacio, es una epopeya vigorosa y poco organizada que lleva al límite las formas del estilo virgiliano. Figura descoyante de la edad de plata fue Séneca, tutor del famoso emperador Nerón. Séneca expuso las doctrinas de la filosofía estoica en cartas y tratados que tuvieron una gran influencia y escribió una serie de tragedias terribles que durante siglos han espantado y horrorizado a la sensibilidad dramática europea.
Durante este periodo se produjeron obras de interés en varios estilos satíricos. El esclavo Fedro, que se convirtió en hombre libre con el emperador Augusto, escribió en verso versiones latinas de las populares fábulas del escritor griego Esopo. El escritor más original de su época fue tal vez el cortés Petronio, cuyo sorprendente Satiricón (60?), una extensa obra en verso y prosa de la que sólo se conserva parte, es una narración enormemente entretenida que describe vivamente un amplio conjunto de excesos humanos. También la viveza es una característica de los grandes escritores de sátira en verso, como el áspero y difícil Persio y el amargo —pero entretenido— Juvenal. La más corta de las formas poéticas, el epigrama, fue perfeccionada por Marcial, cuyos socarrones e ingeniosos versos son un modelo en su género.
La prosa del siglo I d.C. incluye la obra de varios escritores didácticos notables. Plinio el Viejo fue un escritor prolífico cuya Historia Natural sirvió durante generaciones como modelo de libro de texto sobre historia natural. La Institución Oratoria (95?) del retórico Quintiliano es también un estudio importante dedicado a la teoría y práctica de la oratoria, que incluye además algunas de las críticas literarias romanas más juiciosas. Varios destacados historiadores escribieron también durante este periodo. Cornelio Tácito relató dramáticamente los acontecimientos de su época y la que le precedió en sus Historias y Anales; escribió asimismo una famosa descripción de Germania y sus habitantes, Germania (98?). La vida de los Césares (121?), de Suetonio, es famosa por sus animadas biografías de los césares y su, a menudo, espeluznante descripción de lo que para los lectores modernos es el periodo más sensacional de la historia romana.
Durante los siglos siguientes, la literatura romana declinó al mismo tiempo que la fortuna política del Imperio, pero destacaron unas pocas figuras. La Metamorfosis (a menudo traducida como El asno de oro) de Lucio Apuleyo es una narración en prosa entretenida que incluye la historia, elegantemente relatada, de Cupido y Psique. En el siglo IV sobrevino un último estallido de energía literaria pagana con el sabio y perspicaz Ambrosio Teodosio Macrobio, que escribió una especie de sumario de la antigua cultura en su Saturnalia.
El primer periodo de escritura cristiana en latín se superpone a la última escritura pagana. El primer escritor cristiano importante fue Tertuliano, un maestro de la prosa. Uno de los escritores cristianos más influyentes de su época fue el padre de la iglesia san Ambrosio, cuya correspondencia aún se lee con interés, que también destaca por sus himnos. Aurelio Clemente Prudencio inauguró una nueva tradición en la poesía cristiana al emplear recursos de la literatura pagana para propósitos cristianos. Su Psychomachia introdujo el uso de la alegoría en la poesía cristiana.

La prosa cristiana estuvo dominada por dos padres de la Iglesia: san Jerónimo y san Agustín. La obra más importante de san Jerónimo fue la traducción de la Biblia. Conocida como la Vulgata, ha sido la versión modelo en latín desde entonces, y ha influido enormemente en la prosa latina y europea.
La influencia de san Agustín fue una de las más trascendentales en el pensamiento europeo medieval y renacentista. Sus obras principales, La ciudad de Dios (413-426) y las muy personales Confesiones (400?), emplean el estilo clásico de la retórica ciceroniana de manera conmovedora y personal para expresar un sentimiento de convicción cristiana. Otras obras de esta época, no especialmente cristianas en cuanto a su orientación, tuvieron una gran repercusión en el pensamiento cristiano posterior. De Nuptiis Philologiae et Mercurii (400?) es el título que se popularizó de una obra curiosa de Marciano Minneo Félix Capella, que proporcionó a la cultura cristiana europea un medio para organizar el conocimiento secular que se consideraba valioso. De Consolatione Philosophiae, del cónsul Boecio, describe con maestría y sosiego la forma en que la vida espiritual puede ser una fuente de paz interior en tiempos adversos.
La literatura latina medieval prosigue la tradición de la literatura cristiana primitiva. San Isidoro de Sevilla reunió un compendio de la cultura de su época en sus veinte libros de las Etimologías (623), que sirvieron como obra de referencia durante la edad media tardía. El género histórico fue también una literatura importante durante este periodo, con algunas obras interesantes desde el punto de vista literario. En el 731, el inglés Beda el Venerable escribió versos en latín, además de concluir una inestimable historia de la Iglesia en su país. La obra en prosa más admirada de su época fue la biografía de Carlomagno escrita por el erudito franco Einhard.
La corte de Carlomagno reunió un notable grupo de poetas. Destacan entre ellos el erudito inglés Alcuino de York y el sabio arzobispo de Maguncia Rabanus Maurus, que pudo ser el autor del magnífico himno ‘Veni Creator Spiritus’. También fue esta una época de desarrollos notables en poesía litúrgica. La forma conocida como secuencia —cantos en latín cantados durante la misa— se desarrolló en el siglo IX y está particularmente asociada a Notker Balbulus, de la abadía de Gall.
Diversas clases de poemas largos fueron también característicos en la primera época de la edad media. La historia de Reynard the Fox, una fábula de animales, apareció en versos latinos en el siglo X. También se escribieron poemas épicos más serios. Especialmente notable es el poema heroico Waltharius, atribuido al monje suizo Ekkehard I el Viejo, basado en la vida del rey Walter de Aquitania.
Gran parte de la mejor poesía de la edad media fue anónima, en especial los versos líricos de la literatura goliárdica, escritos por estudiantes y monjes vagabundos, que cantaban los placeres de la bebida y el amor carnal, y ridiculizaban al clero y a la poesía devota tradicional. Estos poemas anónimos se conservan en varios manuscritos. Uno de los más conocidos es Carmina Burana. Mientras tanto continuó escribiéndose poesía religiosa, con ejemplos destacados como la secuencia conmovedora, también usada como himno, ‘Stabat Mater Dolorosa’, de Jacopone da Todi, y el impresionante ‘Dies Irae’, del fraile italiano Tomás de Celano.
Se conserva un número considerable de obras de teatro religiosas medievales que son antecesoras directas del drama moderno. Desarrolladas en un contexto de servicios litúrgicos, incluyen las formas conocidas como misterios. La monja germana Hrosvitha adaptó las técnicas dramáticas de Terencio a temas cristianos con resultados curiosos. Sin embargo, al margen de su obra, la mayor parte de estos dramas son anónimos.

La prosa de ficción fue un tipo de literatura en latín popular, generalmente en forma de cuentos cortos, como las colecciones ampliamente leídas del siglo XIII que se conocen por Gesta Romanorum. La Legenda Aurea, una colección de vidas de santos del arzobispo de Génova Jacobo de Voragine, también fue muy popular.
Durante este periodo el latín sirvió como lenguaje intelectual en Europa y se conserva un vasto conjunto de prosa especializada, como la filosofía escolástica, cuyo interés no es principalmente literario. Sin embargo, algunos filósofos, como el sabio francés Abelardo, escribieron obras de mérito literario. Sus poemas de amor y canciones seculares se han perdido, pero se conservan sus himnos religiosos y su correspondencia intensa y conmovedora con su querida Eloísa. Dos obras importantes del poeta erudito Alain de Lille, Anticlaudianus y De Planctu Naturae, son intentos alegóricos y filosóficos por determinar el lugar de los seres humanos en el universo natural, en términos divinos que no carecen de interés literario. Pese a que los escritores empezaron a emplear las lenguas vernáculas cada vez más, los tratados técnicos continuaron escribiéndose en latín. El gran poeta italiano Dante Alighieri empleó la lengua latina con elocuencia en tratados sobre el papel de la monarquía (De Monarchia) y sobre los usos de la lengua italiana (De Vulgari Eloquentia).

La última gran época de creatividad en latín, el renacimiento, se concretó en la obra del humanista italiano Petrarca en el siglo XIV. El humanismo fue un movimiento destinado a recrear la experiencia clásica reviviendo el lenguaje, el estilo y los géneros de la literatura latina. La obra en latín más lograda de Petrarca incluye su autointerrogatorio Secretum (1343), así como su extensa correspondencia, en prosa fluida y verso. La tradición de la prosa humanista en Italia fue continuada por escritores como Poggio, famoso por una crónica brillante de la Florencia de la época y por su Facetiae (1438-1452), una colección de divertidos relatos.
Durante el renacimiento, el latín continuó siendo la lengua técnica e intelectual en Europa. Los estudios lingüísticos del humanista italiano Lorenzo Valla abrieron el camino a eruditos futuros y tuvieron una enorme trascendencia en el pensamiento y el estilo literario de la época. En el campo literario destacan los escritos filosóficos de Marsilio Ficino, que trató de reconciliar el platonismo con el cristianismo, y los de Giovanni Pico della Mirandola, famoso por su De Hominis Dignitate Oratio (1486).
Al mismo tiempo que se desarrollaba la prosa en latín en la Italia del renacimiento, hubo una gran producción en verso, notable por su brillo y expresividad. El mejor poeta fue Giovanni Pontano, cuya obra elegante y conmovedora combina el sentimiento erótico con un profundo sentido de la vida familiar. Un exiliado griego, Michael Marullus, escribió himnos en latín llenos de fuerza a los dioses paganos, y el humanista florentino Poliziano escribió poesía en latín con tanta gracia como en italiano. La obra de Marco Girolamo Vida incluye un importante tratado en verso sobre el arte de la poesía, Ars Poetica, y su Christiad (1535) es quizá lo más parecido a una epopeya renacentista en latín. El tratado De arte dicendi (1556), del español El Brocense, es un ejemplo de gramática práctica de las que se hacían en esa época.
Otras latitudes de Europa también fueron escenario de una obra excelente en latín que continuó la tradición iniciada en Italia. Entre las más significativas, destaca la del sabio humanista holandés Erasmo, cuya amplia producción incluye el divertido Elogio a la locura (1511). El estadista inglés Tomás Moro, amigo de Erasmo, escribió una obra visionaria en latín, Utopía (1516), que continúa siendo capital en el pensamiento político occidental. La novela en latín más conocida del Renacimiento es Argenis (1621), del poeta y satírico escocés John Barclay. Entre la poesía escrita en latín más difundida en Europa se encuentra el apasionado Basia, del escritor holandés Johannes Secundus. El escritor galés John Owen fue famoso por sus expresivos epigramas en latín. La tradición de la poesía latina en el norte de Europa continuó en el siglo XVII. Dos poetas jesuitas, Casimir Sarbiewski de Polonia y Jacob Balde de Alsacia, escribieron una poesía horaciana admirable de tema cristiano.

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